El arte ha sido tradicionalmente entendido como un vehículo de expresión personal, un espacio íntimo donde el creador proyecta su visión y sensibilidad. Sin embargo, en la actualidad, cada vez con mayor frecuencia observamos propuestas artísticas que no se conforman con habitar galerías o museos: buscan incidir de manera directa en el tejido social y generar transformaciones reales. Esta vocación de “Acción en el Mundo” convierte al artista en un agente de cambio, comprometido no solo con su búsqueda estética, sino también con los entornos a los que pertenece.
En este sentido, la creación artística se expande más allá de la contemplación y persigue un impacto tangible. Ya no basta con la representación simbólica de las problemáticas sociales; se exige la intervención en el espacio, la participación de la comunidad y la colaboración con otros actores. El arte se concibe como una fuerza viva, capaz de modificar realidades y aportar soluciones prácticas. Bajo esta premisa, se han trazado estas cuatro modalidades de arte como acción en el mundo: