El concepto de Mundo Interior remite a la práctica artística como un viaje introspectivo y transformador, enfocado en la exploración de la propia emocionalidad, el bienestar físico, espiritual y psicológico. En lugar de centrarse únicamente en la contemplación de colores, formas o técnicas, esta perspectiva concibe el arte como un recurso que facilita la expresión emocional y la autorreflexión.
Desde disciplinas como la psicología, la antropología, la neurociencia, la filosofía, la sociología, la meditación y diversas corrientes de espiritualidad, el arte se convierte en un espacio convergente de múltiples saberes que contribuyen a la exploración de nuestra mente y corazón. La práctica artística intencionada, enfocada en la búsqueda interior, puede influir en el sistema nervioso simpático, aliviar el estrés y estimular la creatividad. No obstante, no todo arte resulta terapéutico: la diferencia radica en la intención y el contexto. Un autorretrato, por ejemplo, puede ser un proceso catártico o un simple ejercicio técnico, según la consciencia que lo impulse.
Esta búsqueda no se concibe para exhibición pública; la honestidad es fundamental: cada trazo, línea o palabra expone vulnerabilidades y fortalezas. Al compartir la obra, se invita al espectador a reconocer sus propios matices de luz y sombra. El Mundo Interior se reconfigura constantemente a través de vivencias, emociones y aprendizajes, y puede enriquecerse con símbolos ancestrales, tradiciones religiosas o espirituales, e incluso con interpretaciones desde el psicoanálisis, expandiendo así la experiencia creativa.
En mi propia práctica, he constatado cómo el arte actúa como vía de sanación y equilibrio personal. En entornos colectivos, la práctica creativa fortalece la cohesión social y fomenta el autoconocimiento grupal, permitiendo resignificar recuerdos, confrontar conflictos internos y adentrarse en lo más profundo de nuestro ser.
En este apartado, propongo una serie de dinámicas artísticas que invitan a adentrarnos aún más en nuestro Mundo Interior. Este acto es liberador y, al mismo tiempo, supone un compromiso con la autenticidad, pues el arte trasciende lo meramente estético para convertirse en un camino hacia la autoconciencia. Al compartir lo íntimo, lo personal se universaliza, recordándonos que todos somos peregrinos de un viaje interior, un encuentro con la esencia misma de la vida.